Bogotá, 9 de enero de 2010
Dicen que aquí llueve mucho. Que llueve constantemente. Que la lluvia forma parte del paisaje de la ciudad. Después de casi una semana en esta tierra, apenas un par de nubes han eclipsado el sol por unos instantes y yo, con mi impaciencia característica y mi optimismo genético, me repito una y otra vez que ya tendré tiempo de ver llorar a los cerros, que ahora he de agarrarme a esta luz maravillosa que me acompaña paseo arriba.
Lluvias de enero |
Y mientras me impaciento sabiendo que terminaré más que saciada, recuerdo una y otra vez a alguien que hoy, al otro lado del Atlántico, es un poco más adulto por las calles que nos vieron crecer. La inspiración esta mañana no es suficiente para contar, para decir y para agradecer tantas cosas que hemos vivido juntos durante los últimos años. Durante toda la vida. Y es que hoy sólo le debo el recuerdo y las palabras a él, con quien he caminado tantas veces bajo la lluvia, a quien tantas veces he salpicado desde la ducha, sobre quien he llorado y al que he dejado mojarme con sus lágrimas.
Sé que llegará el día en que juntos nos dejemos empapar por las nubes del Trópico, es por eso que ahora apenas puedo escribir un par de palabras más y para que vuestra decepción, mis queridos Buendía, no sea demasiado elevada, os dejo con las gotas eternas de lluvia colombiana mejor contadas.
~ 1 Caminantes: ~
at: 9 de enero de 2010, 16:41 dijo...
Mi querida niña: es maravilloso leer tus palabras y ver en ellas a la Raquel que he podido disfrutar en estos meses (¿sólo meses?) que nos conocemos; ver la sonrisa que arrojan tus ojos; ver cómo te ríes con todo y cómo te emocionas con la misma facilidad... Estos días estuve de guía turística (otra vez) y por eso no te comenté nada en el anterior texto, aunque POR SUPUESTO te leí y te paladeé como se hace con un buen café (si puede ser colombiano). Te mando un abrazo lleno del sol que entra por la ventana de la casita naranja y te deseo (como siempre) lo mejor en ese camino que vas trazando...
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