Conjunción planetaria


Bogotá, 6 de febrero de 2010


El concierto es a las 8, lo que en colombiano son las diez, me dijeron. En realidad comenzó más tarde. 1280 almas, un grupo de rock bogotano capaz de hacer música del drama de su país comenzando y terminando cada canción al grito de ¡¡Alegría!!, nos hicieron esperar en el Gaitán bajo sus luces rojas y su ausencia de humo de tabaco.

Risas de baño


Camisetas de Metallica y de los Ramones se paseaban por delante de mis ojos y un punk desorientado hacía notar su presencia púber entre mucho rockero de los de siempre. Llegó el momento, los temas se sucedían uno tras otro mientras la gente coreaba entre empujones de euforia, brazos en alto y sudor.



Vivos

Sonaba..
Ya no puedes ni llorar,
Ni siquiera cerrar los ojos
Y te van tirando al mar
Pasto para los peces grandes
Muerte, muerte de coral
Muerte absurda y humillante…

No sé si la sensibilidad colombiana es mayor o menor que en otros lugares, sé que simplemente son distintos, sonríen diferente. Sonríen como en alto pese a un pasado cruel y un presente igualmente duro. Pero no, no se olvidan de sonreír y aquellas mil y pico almas son ejemplo de que también hay espacio para la denuncia.

Al salir de allí, con una experiencia nueva sobre los hombros y una luna imponentemente baja bajo Monserrate, entre dudas y acompañamientos, finalmente decidimos que el viaje a casa esperaría.

Caminábamos hacia lo que suponía un cumpleaños normal donde no pasar mucho rato, una reunión de amigos usual, entre cerveza, risas y música de fondo. Pero me equivocaba, en una de esas veces que da gusto.

A cuatro cuadras del destino ya se escuchaban los acordes y el retumbar de las melodías. Algo más de la una de la mañana. “Esa es mi casa”, decía el anfitrión, y yo no daba crédito. Al llegar, varias decenas de personas estaban decididamente apostadas en la puerta de aquella casa, apostadas dibujando conversaciones, intercambios de vida.

Tres plantas de una vivienda antigua, de ladrillo, donde recoger arte y donde crearlo.

En la entrada de aquel lugar, digamos que había mucha gente. Mucha. Bailando. Bailando al ritmo de aquel sonido que escuchábamos cuatro cuadras atrás y que salía de las manos de un contrabajista, de los pulmones de un saxofonista y de las muñecas de un guitarrista que acompañados por clarinete, acordeón, batería y trompeta improvisaban allí mismo ritmos hipnotizadores.

Un cumpleaños cualquiera

Me dolía la cara de sonreír. Mis párpados se congelaron y mis pies se movían a su antojo. Un escalofrío me recorrió la espalda. Magia, magia, pura magia y vida en cuarenta metros cuadrados. Sí. Efectivamente, un cumpleaños cualquiera. Como aquella noche.

Improvisaciones acordes

Rodeados, sin apenas espacio, unos músicos se intercambiaban por otros y por sus sonidos, se regalaban voces, se otorgaban ritmos, miradas y movimientos de cadera.


Movimientos


Era como si nacieran talentos entre las baldosas, la sensación de que cualquiera de las personas que se encontraban allí era capaz de crear arte de algún u otro modo, dibujando un cometa o provocando un estremecimiento eterno con un solo de trompeta.


Congelando momentos

Mientras escuchaba y observaba absorta, me repetía una y otra vez a mí misma que debía grabar ese momento en mi memoria, esas manos, esos rostros, esos movimientos. El olor a felicidad. Debía conservar en algún rincón de mí aquel recuerdo y su sensación mientras los minutos pasaban y no dejaban tregua al silencio.


Las palabras que uso y las imágenes que capté no son, para nada, fieles a la experiencia. Sin embargo, tenía que compartir y escribir este cuento para que de alguna forma dejara de parecerme un sueño extraño. Pero si algo descubrí aquella noche es que, aparte de que no merece la pena vivir de otra manera que viviendo, este país rebosa ilusión, ganas y fe. Talento, mucho talento. Sensibilidad. Y, sobre todo, alegría, como gritan esas 1280 almas. Y como grita el resto.
La luna azul y cercana hizo de los tejados bogotanos el perfecto escenario. Como os decía: magia.

Luna azul

~ 3 Caminantes: ~

amelie says:
at: 12 de febrero de 2010, 15:02 dijo...

Pobre!!! Y eso que no sabías cómo reflejar el cuento...

Gracias por sacar palabras del alma para explicar todo lo que sentiste aquella noche. Qué bien se te lee, qué bien se te adivina, qué bogotana se te ve...

Millones de besos y abrazos de color naranja, bruja

Unknown says:
at: 12 de febrero de 2010, 20:38 dijo...

¡A mí también me duele la cara de sonreír! Un compi colombiano nos contaba ayer que la noche de Bogotá es la más sabrosa del mundo, y yo me acordé de vosotros y le dije que tenía razón.

Un abrazo de manatí

Unknown says:
at: 15 de febrero de 2010, 4:46 dijo...

Cómo me alegra leer estas sensaciones tan placenteras... Qué sonrisas tan improvisadas... Gracias por compartir el relato y esas fotos tan bien hiladas!

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Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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