Bogotá, 3 de febrero de 2010
Llevo días sin escribir, semanas, y ya está bien. No sé muy bien de qué van a ir estos párrafos, ni tengo muy claro si finalmente dejaré de presionar la tecla de suprimir cada vez que construya una frase, pero intentaré no tardar más de un mes en terminar este post incongruente. Quería esperar a tener mi sitio, mis teclas, mi ventana…mi hogar. Pero las casualidades en dominó se niegan a que esto ocurra más temprano que tarde, así es que me enfrento a los elementos y me niego –yo- a que se opongan a mi voluntad.
Una vez escupida mi rabia, puesta de manifiesto mi escasez de inspiración y en evidencia el óxido de mis palabras, continuemos.
Bogotá, escenario, que no protagonista, se levantó el domingo luminosa, como casi de costumbre. Mi costumbre. La ciudad, que suele regalarme muchas sonrisas cuando camino sola y observo rincones y detalles, me recuerda en todo momento a quien no está. Y no es nostalgia. Ni tristeza. Simplemente se dedica a escribirme sus nombres por las calles y a dibujarme sus sombras por las aceras.
Decido salir ahí fuera, con cuaderno y bolígrafo. Mi cámara de fotos, la pequeña. Regreso a casa y no he escrito una línea, no he congelado ni una imagen…Pero he vivido en Bogotá –bueno, sí, protagonista-:
De la mano, muchas parejas van de la mano. Madre e hijo, madre e hija…Madres de cincuenta e hijos de veinticinco, con sus gafas de sol y sus tacones. Van de la mano y no es extraño…¿Por qué iba a serlo si se quieren? Y son pareja, sí, son madres e hijos, padres e hijas, padres, madres, cariño. Van de la mano. Y camino, y mi madre, la mía, roza mi mano, la mía…y la siento a mi lado. Y voy sola. Y sé que si fuéramos colombianas caminaríamos como ellos al ir a la compra. Juntas. De la mano. Qué hay de raro. Con sus casi cincuenta y mis casi veintitrés. Qué hay de raro…De la mano.
Y doblo la esquina en busca de ningún lugar. Salí sin demasiado rumbo, solo un poco, como hacia el norte. Recorro las calles que primero recorrí, busco con la mirada los lugares que antes descubrí, me apetece encontrarme a los cómicos en la plaza de Lourdes mientras su público en la escalinata ríe, ríe mucho. Y los feligreses, sobre esa escalinata en la que nunca me senté, frente a un atrio, rezan a puerta abierta y sonido compartido. Compartido con el cómico, con el público y con su diosito. Y comparten escalera, escalinata… ¿tal vez de Cortázar? Ahí está él, hablándome frente a la pizarra, serio e irónico, buscando respuestas y dando mil más. Escaleras, dobleces, un pie tras otro pie, una mirada tras otra…Así es la vida, que te une con un par de adjetivos y te separa a golpe de verbo. Un paso hacia el cielo –que te puede hacer caer rodando-. Pero de este no hay quien me separe, y camino. Y veo girasoles que no son ciegos y me sé jugando a mi edad tardía y a mis pensamientos raros. A mis pérdidas y ganancias, a mi monopoly…A que no hay quien me entienda.
Cien metros más allá tengo hambre, haciendo uso de ese instinto básico, tan lejano de Sharon Stone, veo a mi abuela. No. La siento. Va conmigo, en mis entrañas, cada vez que necesito. Punto. Sí, punto: va conmigo cada vez que necesito –y la oración finaliza aquí-. Cuando llevo algo nuevo a mi boca, algo sabroso, algo nuevamente sabroso y consistente, me gustaría que un electrón perdido le enviara un flash de mi imagen y de su sabor para que supiera, con ese mero olor, que estoy bien. Que sonrío, que disfruto… “Una arepa rellena de carne, por favor. A la orden. ¿Cuánto le debo? Dos mil pesos. Tenga. Gracias. Que esté bien, que esté muy bien. Ciao”.
Oscurece y me recuerdo una y otra vez que debo contarle lo de las matrículas de las motos. Y lo de los paraguas…Y lo del teatro en casa. Palabras, muchos juegos de palabras que arrancan sonrisas y son de prestidigitador.
Oscurece y camino por la Once sin que me haga mucha gracia. Pero la enfilo porque necesito adaptadores de electricidad que americanicen mi energía… Compro eso y mucho papel para escribir, blanco, muy blanco…brillante y satinado. Alargadamente barato, donde escribir dos días más tarde, en una noche como esta, cartas para el otro lado que enviar en la bodega de un avión, o vete tú a saber dónde.
Cartas que escribí esta noche, que algún día llegarán y que nacieron de un sueño que tuve ayer, con alguien a quien tendría que haber abrazado hoy... Cartas que nacieron no sé muy bien de dónde, ni hacia qué ni por qué. O sí. Cartas…que, como esta, quizá no tengan ningún sentido, o solo uno: decir, demostrar, enseñar que cualquier cosa sirve para sentir un “te quiero”. Y decirlo.
Cartas que, como esta, no saben nada acerca de un final.
~ 5 Caminantes: ~
at: 4 de febrero de 2010, 16:32 dijo...
Por muchos emails y llamadas que recibamos, no hay mayor placer que encontrar en el buzón una carta de alquien a quien quieres.
Rachel, te echo de menos!!
at: 4 de febrero de 2010, 17:18 dijo...
Mi Sandiego favorita! Qué ilusión me ha hecho tu comment!! Te busco por Skype...a la velocidad del rayo!! Un besazo bogotano, cálido, cálido!!
at: 5 de febrero de 2010, 6:12 dijo...
Ay, niña, qué bonito es leer tus experiencias, sean cuales sean. mucha suerte en todo y a ver si en breve preparamos una buena escapada!!
at: 6 de febrero de 2010, 16:07 dijo...
Espirales, cartas; paseos, cartas; miedos, cartas; charlas, cartas; sonrisas...
Te quiero
at: 12 de febrero de 2010, 1:36 dijo...
¿Y dices que no encuentras la inspiración? Yo casi siento tu respiración cerca, al otro lado del Nilo... Vuelvo a reconocer ese estado de ánimo que tu describes. Yo también me pierdo por estas calles y me encuentro caras que hablan de lo que dejé hace un mes en un aeropuerto español. Como tú dices, no es nostalgia. Mil gracias. !Qué grande Antonio Flores¡ Besos
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