Washington, 7 de abril de 2015
Los domingos por la tarde solían venir todos a mí, aunque
fuera sábado por la noche. Llamaban a la puerta, golpeaban los cristales de la
ventana del cuarto, me increpaban en un cuarto párrafo del quincuagésimo capítulo para que dejase
todo lo que tenía entre manos, y ese libro, y no me dejaban descansar. Tenían
la desfachatez de invitarme a una copa que no podía rechazar. Eran seres
brillantes y oscuros, eran ese tipo de humanos capaces de todo y de nada,
domadores de marionetas con forma de palabras y hacedores de risas
interminables cuando se agotaban las reflexiones profundas así, en fácil. Eran y lo son. Maestros del cóctel de fresas sabias y chupitos de aguardiente.
Creadores de magia inimaginable, compañeros.
La Real Academia de la Lengua no acepta la palabra “musos”,
y lo son todo en mi universo. Será que sólo existís aquí, conmigo. Cuando os invoco
sin pensarlo. Cuando os extraño sin pretenderlo. Cuando os requiero en silencio.
Cuando os necesito y, sin ser llamados, aparecéis. Y os agradezco. La reivindicación
masculina de mi única inspiración. La reivindicación de mis andrógenas y
feministas estrellas polares.
Chincoteague/ Jun 2014 |
~ 1 Caminantes: ~
at: 9 de abril de 2015, 1:33 dijo...
Aún así, las musas predominan y su trabajo es más fino. Tú eres el mejor ejemplo ;-)
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