Katharsis


Bogotá, 11 de diciembre de 2010

Imagínense sentados en medio de un prado inmenso, de un verde intenso, espesa hierba y dudoso horizonte. Imagínense mecidos por una suave brisa, con los ojos cerrados y la mente en blanco. Supongan que les invade un aroma húmedo y fresco, con ciertos tintes a agua y a tierra removida por una huella animal. Respiren las mariposas. Sientan la calma y olvídense del tiempo. Floten como si no hubiera leyes que les obligaran a luchar contra la gravedad. Nada. Silencio. Eternidad. Tic. Tac. Sí. No. Nada. Inexistencia. Poco a poco el motor de un coche empezará a rugir a lo lejos, y la camisa que llevan puesta comenzará a pegárseles a la piel. De repente sentirán el pinchazo de una paja seca en el tobillo, y dos o tres hormigas empezarán a morderles la espalda, aunque no acertarán a saber exactamente dónde ni por qué. Sus mentes ya no son tan blancas ni tan puras, ya no levitan sobre el pasto. Ése olor a tierra húmeda resulta de pronto demasiado intenso y recuerda lo suficiente a un cenagal. Sucio. Molesto. Incómodo. Fatuo. Tardarán en levantarse, créanme, pero lo harán. Ni el bullicio, ni el sudor, ni los pinchazos, ni las hormigas les hacen pensar si quiera en ello, y no se mueven, siguen ahí, casi inertes, imbuidos en el recuerdo del placer. Pero se levantarán. Con el paso de los segundos el aroma fresco se enrarece, el oxígeno del campo entrecruza los dedos de las manos con los de su hedor humano. Las mariposas ya se han ido, aunque el ruido aún es soportable y la hierba sigue casi tan mullida como al principio. Ahora se estremecen, tratan de ubicarse de nuevo sin perder el lugar, caminan unos milímetros más lejos sin darle mayor importancia, sin ser conscientes de que ya no están donde estaban –por mucho que les parezca-, e intentan volver a sentir con la esperanza empujando a la certeza del “no es lo mismo”. Ganas. Choques. Dudas. Temor. Estabilidad. Ya han transcurrido horas, tal vez días, meses. Seguramente ya sean años… Tiempo. Planetas. Estrellas. “Casualidades”. Y las hormigas continúan mordisqueando a traición, y el coche aquél de anciano motor ya tiene compañeros de dominó, y la brisa se ha detenido y el prado ya no es verde sino de un amarillo huevo allá donde aún alcanza a ser. La hierba de plumas se ha transformado en espinas y sin embargo no sienten cómo se les clava ni una. Pero se levantarán. Lo harán, créanme. ¿Saben por qué? Porque la catarsis es inevitable. Por fortuna.


Nubes colombianas

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Raquel Godos
Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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