Washington, 14 de septiembre de 2012
Decía Pérez Reverte hace unas semanas que el periodismo ya no es lo que era, y yo, mientras leía entre lágrimas –por lo que aseguraba y por los devenires que azotan mi Casa de Letras- me negaba a subrayar sus palabras. O al menos todas.
Decía Pérez Reverte hace unas semanas que el periodismo ya no es lo que era, y yo, mientras leía entre lágrimas –por lo que aseguraba y por los devenires que azotan mi Casa de Letras- me negaba a subrayar sus palabras. O al menos todas.
Estamos sufriendo, es cierto. Tenemos sudores fríos cuando vemos que no podemos
llegar a hacer –o no de la manera que nos gustaría- eso a lo que muchos
llamamos vocación, eso que, aunque nos neguemos, nos hace levantarnos por las
mañanas con más ilusión que la media porque sabemos que de alguna forma nos
alimenta el alma. Decía Pérez Reverte que ya no quedan maestros, que ya no hay
tiempo para que los que llegamos con ganas pero sin experiencia tengamos la
suerte de que alguno de esos gurús sin nombre nos haga un hueco en su
escritorio, mueva su silla y haga espacio para la nuestra con un “Siéntate aquí,
chaval”. Pero ahí te equivocas, Arturo. ¡Ay! si te equivocas...
Te lo digo yo, con la mano en el corazón y los pies en una
redacción que nunca soñé. Te lo digo con la más absoluta de las certezas y la
más profunda de las incertidumbres. Con el sabor amargo de las despedidas, de
las injusticias, de las sinrazones. O con el dulce sabor de una entrevista bien
hecha.
Puede que la lección no tenga una banda sonora con teclas de
Olivetti, puede que tenga más de código binario y de efímera era digital. Puede
que ya no haya tantas camisas de cuadros, y seguro que los perros viejos ya no
dejan consumir su cigarro mientras nadan en un mar de teletipos. Pero sí,
Arturo. Quedan muchos que enseñan, que nos enseñan y nos dan la mano con sus
frustraciones y sus vidas vividas para recordarnos, refunfuñando, que esta
sigue siendo la profesión más bonita del mundo, aunque a ellos, resoplando, les
duelan tanto la nostalgia y las heridas.
“Tengo que advertirle algo, por si no lo sabe. El periodismo
es la profesión peor pagada. La que da más amarguras, también”, le decía el
señor Vallejo a Zavalita, que replicaba: “Siempre me gustó, señor.
Siempre pensé es la que está más en contacto con la vida”.
No es necesario pasar mucho tiempo buscando un
lugar en el oficio para darse cuenta de que ninguno de los dos se equivocaba en
las líneas de Vargas Llosa, pero ¿y por qué no lo deja, señor? Porque es un
vicio, concluía el maestro en palabras de Mario.
Y es que ahí está nuestra fuerza y también
nuestra debilidad. Esa incapacidad para abandonar algo que tanto nos llena y
que tanto nos quema, que tanto nos quita y tanto nos da.
Ahora veo partir a algunos de esos maestros porque como
buenos guerreros saben cuándo es necesario abandonar la batalla. También asisto
a los logros de otros, que a base de esfuerzo, talento y tesón, han partido
hacia sus tierras prometidas de alfabetos ajenos. Vivo a diario la lucha
interna de mis iguales con los obstáculos de esta realidad, a los que a veces
la pasión y la autoexigencia aderezan, convirtiéndolo todo en “más difícil”.
Pero de eso va todo esto,
Arturo. De eso iba en el Perú, y de eso va en este mundo donde ya no sé si hay
fronteras. Va de Amor y de Aprendizaje, va de Pasión y de Renuncia. Va de Dolor
y de Alegría. Va de aprendices y maestros que, por mucho que sufran, ya no
saben entender la vida de otro modo que no sea el de contar historias.
Fábrica de historias, Madrid Nov 2009 |
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