Querido Juan Luis


Filadelfia, 19 de octubre de 2012 

Muy querido señor mío.  A expensas de saber a ciencia cierta que jamás leerá estas letras, las escribo con la esperanza de lograr un poco de tranquilidad y calmar, llamémosle con sutileza, la maldita rabia que siento hacia su persona.

Insisto, soy consciente de que estas líneas jamás llegarán a sus ojos, pero no por ello voy a envalentonarme ni a venirme arriba con malas mañas, hoy don Enric ya dejó claro que ante todo, elegancia.

Me cuesta creer, de veras, lo que está haciendo. No doy crédito a que tanta vileza venga por obra y gracia de alguien que un día fue –y hablo en pasado, y aquí me permito rogarle que no se denomine así, que no blasfeme más- periodista, que salió a la calle a recoger historias para después contarlas cuando otros se empeñaban en callarlas, de alguien a quien se cita en las facultades de Periodismo como un hacedor democrático en tiempos de la Transición. Se lo juro, no doy crédito.

Y me pasa, seguramente por inocencia, por juventud, tal vez por la pasión y la fe que le profeso a este oficio, pero no sabe cuánto me cuesta entender que una persona con su trayectoria haya perdido el primero de los valores para ejercer esta profesión: la responsabilidad. ¿Dónde se ha dejado, señor Cebrián, la conciencia ciudadana? ¿Cuántos billetes de 500 ha necesitado para sepultar la ética periodística? ¿Cuántas dosis de ego se necesitan para olvidar el papel vertebral que juega un periódico como el suyo –porque sí, es suyo, ya nunca más será de sus lectores-?

Los habemos que nos levantamos con ElPaís.com, que desayunamos con los artículos de Carlos E. Cué, que los fines de semana devoramos los textos de Maruja Torres y que, de vez en cuando, nos emocionamos con Millás. Tiene usted en su periódico a algunas de las mejores plumas del país –no sé cuánto durarán en El País, visto lo visto-, pero también goza de otras muchas que, más anónimas, seguro se dejan la piel en cada párrafo, en cada lead, en cada titular. Aunque es verdad, qué importan todos esos juntaletras que un día fueron como usted y que jamás pensaron en hacerse ricos con esta profesión porque entraron en ella sabiendo que la esclavitud de esta vocación no llena los bolsillos, ni mucho menos, gracias a individuos de su pelo. Profesionales que cada día luchan con uñas y dientes para mantenerse en un puesto de trabajo mal pagado, más por amor al arte que por otra cosa, por respeto a una carrera cuyo objetivo último, señor Cebrián, son los lectores, los telespectadores, los radioyentes. Pero, qué digo, es evidente que se le ha olvidado por completo que el Periodismo se hace con periodistas.

Sí, discúlpeme, usted no es el único cínico en todo esto. No se lleva, en exclusiva, el premio a la hipocresía. Por desgracia en este rebaño nuestro abunda mucho imbécil y mucho trepa, mucho listillo de primera fila y adobo cuyo fin último es alimentarse el ombligo, el número de seguidores en Twitter y ser reconocido por la calle como si fuera un artista de vodevil. Pero esto no va así, aunque le pese, muy señor mío, aunque me pese. Esto va de otra cosa, caballero. Va de compromiso, de conciencia, de precisión. Va de entender, aunque sea un poquito, el poder de la palabra, la fuerza de la información y, por lo tanto, la altísima responsabilidad que todo eso conlleva. El saberse siempre con mucho por aprender.

En su caso, si me lo permite, la cosa se agrava. Ya bastante he pecado y peco de inocencia, no hace falta que me explique que “la vida es así” y así son los medios de comunicación, pero es que da la casualidad de que usted manda sobre uno que defiende unos valoresojo, no hablo de ideologías- que, casualmente, usted se empeña en destrozar cada vez que respira. Su caso es más flagrante porque se enriquece a base de dilapidar lo que promulga; nada en euros venidos de la defensa de unos principios que su contrato millonario manda al carajo con la mayor de las indiferencias

Primera portada de El País

No es cuestión de defender a grandes nombres como González, Estefanía o Gallego – Díaz, tampoco de pretender cambiar un sistema emponzoñado, pero a usted se le exige, al menos, una dosis de saber hacer y de coherencia. Lo último que necesita este país en barrena es ver cómo una de sus armas de defensa –con olor a tinta caliente o código binario- se le dispara en las manos. Lo último.

Y si después de todo el aluvión de críticas que ha recibido, de cartas, de despedidas y despidos aún no se da por aludido. Y si, como bien ha quedado claro, ya ni siquiera le importan lo más mínimo las personas… Al menos hágalo por usted y por su dignidad, señor Cebrián: váyase, hágale un favor a este país, no solo al suyo, y váyase.

Fdo: Una periodista orgullosamente anónima

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Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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