El grito



Washington, 28 de octubre de 2013

El vagabundo que esta noche escribía en su cuaderno no temía la página en blanco. Mientras caminaba, entre despistada y huidiza,  le vi a mi izquierda en una postura extraña, forzada, garabateando en una página de cuadros, blancos cuadros, no demasiado desgastada. Y me pregunté por las coincidencias de la teoría del caos y esa tan de moda sobre la conexión de esos puntos que nadie sabe nombrar. Y me quedé atrás, entre la envidia de su musa y la alegría de mi cuerpo, entre el silencio de mis letras y la incapacidad de mis silencios. 



Caminaba, y me preguntaba ese tipo de preguntas que no tienen respuesta, y se me agolpaban letras de canciones tan eternas como manidas y efímeras. Y empecé a confundir el dolor del cuerpo con el placer, y a luchar por diferenciar la duda de la cobardía. El respeto de la inoportunidad.

Y en las calles había madres abrigando a sus hijos mientras yo abría mis cremalleras. Y al llegar a casa encontré el reguero de monedas sobre la alfombra que dejó el rastro tímido de un duende verde la noche anterior.
Y paseé en silencio mientras atronaba la música en mis oídos, y no escondí la sonrisa ni el ritmo en mis pies pese a poner en duda mi cordura en un paso de cebra. Porque esta noche me he recordado, otra vez, que una vez decidí. Que una vez tomé la determinación de no olvidarme de gritar en medio de mi propia  desidia.

Valiente Vetusta/ Washington, mar 2012


Que me niego, por mucho que la vida que elegí se ponga chula, a no vivir.

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Raquel Godos
Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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