Madrid, 4 de septiembre de 2009
Cojo un taxi que huele a nuevo, la ventana semiabierta y el viento que me quita el pelo de la cara. Unos metros más allá y empieza a sonar Contigo de Sabina.
-¿Puede subir la radio, por favor?
-¡Cómo no!
Hace calor, ha vuelto. Pero no ése que viene de la mano del anticiclón perenne de agosto, sino el reinventado por el asfalto y los coches. Pillamos un atasco. Miro el reloj y llego tarde, como siempre. ¿Para eso me gasto dinero? Hubiera llegado a la misma hora de haber cogido el metro, pienso.
El conductor me mira por el retrovisor, cree que no le veo. Sonríe al verme susurrar los versos de Joaquín, a quien ya sólo puedo imaginar recitando a Benedetti. Y no llegamos a un atasco, sino “al atasco”. En la radio cambian el guión…"tribus ocultas cerca del río". Las ondas parecen saber que aquel coche blanco es una escuela de calor. Me impaciento, suspiro.
-Está complicado, ¿eh?- me dice.
-Sí, eso parece –respondo arisca pese a saber que no es culpa suya, yo le indiqué el camino-.
Por fin llegamos, muy amable. Me río por dentro porque sé que va a ser un buen día.
Y una cuajada que me recuerda a mi tío y de fondo una canción de Antonio Flores.
Cojo un taxi que huele a nuevo, la ventana semiabierta y el viento que me quita el pelo de la cara. Unos metros más allá y empieza a sonar Contigo de Sabina.
-¿Puede subir la radio, por favor?
-¡Cómo no!
Hace calor, ha vuelto. Pero no ése que viene de la mano del anticiclón perenne de agosto, sino el reinventado por el asfalto y los coches. Pillamos un atasco. Miro el reloj y llego tarde, como siempre. ¿Para eso me gasto dinero? Hubiera llegado a la misma hora de haber cogido el metro, pienso.
El conductor me mira por el retrovisor, cree que no le veo. Sonríe al verme susurrar los versos de Joaquín, a quien ya sólo puedo imaginar recitando a Benedetti. Y no llegamos a un atasco, sino “al atasco”. En la radio cambian el guión…"tribus ocultas cerca del río". Las ondas parecen saber que aquel coche blanco es una escuela de calor. Me impaciento, suspiro.
-Está complicado, ¿eh?- me dice.
-Sí, eso parece –respondo arisca pese a saber que no es culpa suya, yo le indiqué el camino-.
Por fin llegamos, muy amable. Me río por dentro porque sé que va a ser un buen día.
Y una cuajada que me recuerda a mi tío y de fondo una canción de Antonio Flores.
Pocos fueron capaces de definir tan bien el cuerpo de una mujer...
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