Madrid, 6 de septiembre de 2009
Cuando me siento a escribir y permito que mis manos manden, dejo tras de mí –o debajo- un sentimiento terrenal para pasar a convertirme en una suerte etérea de un mal conceptual: un espíritu sin nombre.
Me hablaban de las inspiraciones creativas, de las musas, de los sentimientos que provocan. Mi alma siempre se ha dejado llevar por la nostalgia del ayer y del mañana, arrojando llantos en forma de letras por el pasado feliz y sonrisas esperanzadoras con punto y seguido por los proyectos soñados.
Hace años escribía dejándome llevar por los sentidos, asida a la búsqueda de sensaciones, de la mano de una consciencia plena de una vida entera por delante. Hoy sé que escribo peor nadando en felicidad, que ya no me riman los cuartetos y que vagamente filosofeo sobre la vida si me planto frente a un papel.
Los reveses, los terremotos, las ansias, las tristezas…Son los que me hacen parir casi historias a dentelladas de tinta, a golpes secos. Como los de Hernández, calientes. Porque esta noche dedico una elegía a mis palabras, a las que se fueron. Porque esta noche las velo en mi nueva vida, sabedora de que no volverán y de que éstas, con las que me defiendo, no son más que un remiendo a mi pesar. Porque busco renacer:
Cuerpos turbios y desmayados. Agotados por el sudor omnipresente de las pieles amadas a girones. Desgarros de pupilas inmensas que contemplan en la oscuridad el aire exhalado. Caricias del ambiente enrarecido. Guiños de las voces silenciosas, sexualmente guturales. Y un calor atronador, y una calma vibrante.
Ya no recordaba el peso de la ropa sobre su cuerpo, había olvidado el olor de sus vaqueros y las formas de sus botones. No alcanzaba en su memoria la sensación de sus pechos erguidos por el encaje, y añoró su gravedad acostumbrada al roce de otras manos.
Lo miró sabiendo que sería la última vez, echando ya de menos el cigarro de después que tantas veces había apagado durante aquella semana, en aquel cuarto.
Y lo miró, dudando, mientras su mente le gritaba al miedo. Por un instante intentó congelar el vaivén de su cuerpo profunda y acompasadamente dormido y, sin lágrimas en los ojos, volvió a cerrar otra puerta.
En el acto reconoció el sonido de sus tacones por aquel pasillo. Eran campanas fúnebres.
Pieles |
~ 2 Caminantes: ~
at: 6 de septiembre de 2009, 22:43 dijo...
Qué bonito niña! Me ha gustado mucho...
A mí también me pasa y además tengo miedo: ¿tendré que renunciar a ser feliz para seguir escribiendo o tendré que asumir que dejaré de escribir cosas interesantes cuando sea completamente feliz?
Qué asco de vida! jejej
Un beso
at: 9 de septiembre de 2009, 11:56 dijo...
Siempre he dicho que mis mejores cosas las escribía en momentos de euforia o de tristeza absoluta. Creo que tanto la felicidad como la 'depre' provocan tanto en el alma que, finalmente, las manos se lanzan a escribir. Ojalá también te ocurra... Desde luego, esto que acabo de leer me parece sencillamente sublime. Gracias por compartir (y por hacerme recordar). Un beso enorme
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