Madrid, 1 de noviembre de 2009
Me he despertado con un tibio olor a leche caliente. Voces nunca mejor llamadas familiares se escuchaban al otro lado de la puerta, algo inusual entre estas paredes. Aquí mi familia suele tener sólo un nombre. Sólo un hombre. Y nunca madrugo habiéndome acostado de madrugada, pero hoy sí.
No era mi cama habitual, y los sueños, sin embargo, fueron dulces y calmos. Tal vez la respiración de ella dos habitaciones más allá continúa teniendo efectos narcóticos en mí, como si continuara entre pañales. Tal vez sus sonrisas me hacen más que feliz y me estoy haciendo demasiado mayor: me doy cuenta de su importancia.
No me precipito a pensar en que en unos meses nos separarán miles de kilómetros, las inversiones en mí misma que hago desde hace unos días me han hecho darme cuenta de que su presencia aquí, sencillamente, forma parte de la belleza durante el tramo final de este camino hacia El Camino.
Intentaré equilibrar los días para colocar en ellos rostros que añoraré al otro lado. Cenaré con viejos amigos, tomaré café con aquel chico que conocí hace años y del que no suelo tener noticias. Me encontraré con las excentricidades marinas que de alguna manera me comprenden mejor que muchos. Acogeré en mi casa a personas importantes que la vida ya me ha hecho echar de menos. Viajaré a las montañas para quedarme en Babia. Fotografiaré ojos cobalto. Recuperaré miradas planetarias. Me abrazaré a palabras solares. Vida, vida, vida, que decía mi guerrero.
Me he despertado con un tibio olor a leche caliente. Voces nunca mejor llamadas familiares se escuchaban al otro lado de la puerta, algo inusual entre estas paredes. Aquí mi familia suele tener sólo un nombre. Sólo un hombre. Y nunca madrugo habiéndome acostado de madrugada, pero hoy sí.
No era mi cama habitual, y los sueños, sin embargo, fueron dulces y calmos. Tal vez la respiración de ella dos habitaciones más allá continúa teniendo efectos narcóticos en mí, como si continuara entre pañales. Tal vez sus sonrisas me hacen más que feliz y me estoy haciendo demasiado mayor: me doy cuenta de su importancia.
No me precipito a pensar en que en unos meses nos separarán miles de kilómetros, las inversiones en mí misma que hago desde hace unos días me han hecho darme cuenta de que su presencia aquí, sencillamente, forma parte de la belleza durante el tramo final de este camino hacia El Camino.
Intentaré equilibrar los días para colocar en ellos rostros que añoraré al otro lado. Cenaré con viejos amigos, tomaré café con aquel chico que conocí hace años y del que no suelo tener noticias. Me encontraré con las excentricidades marinas que de alguna manera me comprenden mejor que muchos. Acogeré en mi casa a personas importantes que la vida ya me ha hecho echar de menos. Viajaré a las montañas para quedarme en Babia. Fotografiaré ojos cobalto. Recuperaré miradas planetarias. Me abrazaré a palabras solares. Vida, vida, vida, que decía mi guerrero.
~ 2 Caminantes: ~
at: 1 de noviembre de 2009, 14:21 dijo...
Necesitaremos siempre las partidas para darnos cuenta de lo que tenemos aquí?
Qué duro aprendizaje... en el fondo seguimos siendo sólo niñas.
(Como ves, en esta casa también es un domingo reflexivo...) :)
at: 1 de noviembre de 2009, 21:20 dijo...
Más que las partidas, creo que son los años. Seguimos siendo unas niñas sin serlo. Correteamos detrás de los caprichos y no admiramos los regalos de la vida.
Publicar un comentario