Bogotá inexplicable


Bogotá, 7 de enero de 2010

Regreso a las letras de Macondo un poquito más cerca de Aracataca, ya respiro en Bogotá.

Un avión transatlántico fue cómplice y culpable de que mis pies ahora esquiven los empedrados resquebrajados de las calles de esta ciudad que, en apenas dos días, se ha convertido en un hogar inmenso, pero en un hogar.

Desde mi ventana
Coronadas por unos cerros imponentes que jamás se oponen al sol, las calles se dejan bañar por sus sombras luminosas, por el verdor absoluto que mira al cielo de la mano de Monserrate. Al caminar por el barrio tengo la sensación de que alguna vez ya lo vi, ya lo viví. Paseo con las manos en los bolsillos, sintiendo a la vez un abrumador oleaje de cosas nuevas, como si los olores, los colores, las palabras y la brisa entraran dentro de mí sin permiso y rebosaran a raudales.

Trancones


Podría escribir una enumeración casi infinita de las sorpresas que esconde esta ciudad sin tener que esforzarme demasiado, y es que algunos rincones te hacen dudar de si cogiste el vuelo correcto y te preguntas, durante una milésima de segundo, si no será que Notting Hill se ha despertado hoy muy soleado.

Uvas callejeras
"Zapatos para la oficina y para la universidad", me grita una chica al oído con unas zapatillas Nike de imitación en la mano. Y camino unos metros más allá, dejando atrás un pequeño puesto repleto de despertadores -que suenan impertinentes- y mandos a distancia universales, mientras su dueño espera a que la frutera de enfrente termine su venta para captar algún cliente feliz por haber saciado su apetito.

Y entras en cualquier establecimiento, y lo primero que te encuentras es una enorme sonrisa y un dulce "¿Cómo está?", "¿Qué desea?", "Para servirle", "Mucho gusto". Y recuerdas -con perdón-, a esos 'maravillosos dependientes españoles' que tras la primera pregunta te responden con un seco: "Si no queda en las estanterías, es que no tenemos más". Y se van, sin añadir siquiera un agradable "que tenga suerte".


Caminando

Es extremadamente complicado reunir en un par o tres de adjetivos una definición de Bogotá. Es difícil explicar cómo los cerros vomitan sus calles y dibujan, a su antojo, las líneas maestras que envuelven tanta vida. Podría soltar mis manos y escribir: bulliciosa, colorida, resquebrajada, cálida o alegre y no me equivocaría, pero siempre, siempre, me quedaría corta. Así que, amados Buendía, ya habrá más...

¡Ah! Y disculpen que en todas estas líneas no haya utilizado la palabra inseguridad.

~ 2 Caminantes: ~

Alnitak says:
at: 7 de enero de 2010, 23:07 dijo...

Curioso, como a este lado del atlántico también hay cosas parecidas, al llegar aquí (no tan lejos de Madrid), al plantearme la posibilidad (que la hay) de tener que quedarme aquí, lo que más echaba de menos fue como un camarero disfrutó durante toda la cena de mi cumpleaños bromeando conmigo y mis amigas, de hacernos reir y de esos "para servirle" y "¿está todo bien?". Increíble ¿verdad?, que tu descripción de ese lugar al otro lado de este oceáno intensamente fresco, a mí me recuerde a casa. Quizás el mundo es mucho más pequeño de lo que pensamos.
Pero bueno, ante todo, me ha encantado leer tus letras porque se te ve profundamente emocionada y eso es estupendo.

Juan Pedro says:
at: 8 de enero de 2010, 1:09 dijo...

Gracias por hacer que nosotros estemos allí también.

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Raquel Godos
Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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