Malpensando en soledad


Bogotá, 1 de marzo de 2010


Al otro lado de mi cama de uno cuarenta, mi primer ejemplar de "El Malpensante". Me acompaña, es mi pareja esta noche. En su interior habla de la soledad, de su ausencia. De la infinita conectividad a la que internet nos tiene sujetos. Tema recurrente donde los haya: redes sociales, globalización, interactividad, información, red…Da igual, en realidad todo eso poco importa. La cuestión es lo que supone.

Sí, ya nunca más estaremos solos. Seremos incapaces de sentir la soledad como una sensación dolorosa, gélida y corrosiva. Ya nunca más estaremos solos. Y nunca aprenderemos de ello.

Esta pantalla blanca a la que ahora miro fijamente mientras mis manos se deslizan por el teclado -igualmente blanco- me permite trasladarme allá donde fui, donde crecí, donde aprendí, donde disfruté, donde sonreí. Y aún recuerdo las tardes compartidas a través de una cámara mientras estudiaba, sincronizada, con otro y en otro país. Estando siempre lejos del mío.

La red nos ayuda a estar unidos, a eliminar distancias, a compartirnos con caracteres e imágenes vívidas. Sin embargo, de ella no es el mérito.

Es difícil destruir la añoranza cuando se han compartido años e infinitas emociones, y es más complicado aún destruirla cuando se sabe que al otro lado hay alguien por ti, para quien tú estás. Y es que, evidentemente, desde el principio ya hablaba de otra cosa.

Nunca más estaremos solos… Es que nunca lo estuvimos. La conexión, esa famosa conexión satelital que nos permite estar en contacto con todo el mundo no es precisamente la que nos catapulta hacia la compañía eterna. Ya hace años que me dije a mí misma que no tenía derecho a sentirme sola y no era precisamente por un navegador.

Existe una conexión eterna e incorruptible que nace más allá de la electricidad y del sistema binario, y es ésa la que no nos deja en soledad. La otra, la tecnológica, nos condena a un continuo intercambio de intimidades y pareceres, simplemente y tanto como eso. Pero nada más.

Existe una conexión eterna que une a determinados seres humanos más allá del espacio y del tiempo, que por alguna extraña razón no les permite desvincularse pese a los silencios. Todos ustedes tienen a alguien o a alguienes con los que les resulta imposible establecer una ruptura. Es como si el destino les hubiera unido por un kilométrico cordón umbilical de palabras y miradas que, entrelazadas, bien tejidas, hacen de ese cordel la indestrucción. Y no tiene por qué estar formada de un hilo llamado tiempo. La sensación nace en un instante para no morir jamás.

Pero malpensando en la ausencia de soledad me paseé por la idea de su necesidad. De esa otra, de la positiva. De esa introspectiva y autoanalítica que todos debemos experimentar y a la que se referían ausentes al hablar de las nuevas tecnologías. Y esas líneas tenían razón.

No es la primera vez que escribo sobre ella, quizá es algo que me parece bello: la soledad buscada y saboreada que ayuda a saber quién soy, qué quiero. Que me ayuda a ver hacia dónde me dirijo y a no dejarme llevar por automatismos o impulsos fatuos. Esos paseos a solas a media tarde, cuando cae el sol, o bajo las estrellas. Aquellos matinales con la luz de pestañas pegadas y pelo alborotado.

No sé, siempre he tenido las cosas claras y he disfrutado de momentos placenteros y tranquilos. Normalmente aseguro que no me gusta el viento, pero esta tarde, de camino a casa, me di cuenta de que la brisa limpia -o todo lo que puede serlo en esta ciudad- es una buena acompañante de pensamientos.

Música que ensordece el bullicio de las calles, luna brillante que ilumina las aceras cada vez más vacías. Encuentros con una misma para darme cuenta de que no estoy sola y de que esta tarde no deseaba otra cosa con más fuerzas que estarlo.

Una gota sin agua





~ 3 Caminantes: ~

amelie says:
at: 2 de marzo de 2010, 9:41 dijo...

Me ha gustado mucho tu reflexión sobre la soledad y la no-soledad. Como bien dices, nos guste o no, no podemos decir que estamos sol@s cuando hay tanto amor -demostrado o no- a nuestro alrededor.

Por ejemplo, tú estás lejos, pero en realidad se te siente mucho más cerca que a gente que forma parte "pseudo-cotidiana" (con esto aludo a personas que consideramos amig@s por la cercanía pero con quienes al final no nos unen tantas cosas) de nuestras vidas.

Por ejemplo, alguien a quien tú y yo queremos mucho hoy está muy triste porque alguien a quien conoció en Chile murió por el tsunami. No tiene nada que ver la cantidad de tiempo para la intensidad de los sentimientos.

Por ejemplo, yo ayer estuve toda la tarde con el alma muy lejos de aquí porque en un lugar que amo había celebraciones políticas en las que participé hace cinco años. Y los sms que me acompañaron el sábado durante la fiesta en la 'orange house' fueron devueltos ayer para acompañar ese festejo tricolor.

Parece que últimamente Drexler acompaña cualquier cosa que te digo, pero mira qué linda frase tiene en su canción "Frontera": "si hay amor, me dijeron / toda distancia se salva".

Te mando un millón de besos y abrazos. Como ves, me fui por cualquier lado a partir de tu entrada jajaja... Amor brujil que cruza el océano!!!

Nina Tramullas says:
at: 2 de marzo de 2010, 11:09 dijo...

Me encanta esta canción!
A veces, dejar de pensar en algo ayuda a que lo consigas...

Laura says:
at: 2 de marzo de 2010, 12:35 dijo...

Seguramente sean esas compañías imborrables, esas que no nos dejan "derecho a sentirnos solos" ya nunca, las que permiten querer buscar a veces un poquito de soledad.
Porque también ahí, nos llevan de la mano.
¿No?
Y en todo caso, qué suerte esa inmensa calma de saberse siempre, siempre, en la mejor compañía. Donde quiera que se esté, solo o no.

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