Seísmo vital II



Bogotá, 9 de marzo de 2010

Camina hacia su Macondo particular. Un lugar que no existe, completamente real. No sabe lo que quiere pero se dirige hacia allí. Tiene rostro de vendedora de cosméticos, de lavandera, de profesor de universidad. De periodista seguro que también.

Su abuela solía hacerle una comida deliciosa cuando era pequeño, o pequeña. Su memoria se niega a borrar el olor de la carne recién hecha y el del humo del tabaco que fumaba su abuelo. De liar. Y ahora no sabe hacia dónde va, aunque se dirija hacia su Macondo.

Se pregunta si las decisiones tomadas son las correctas, si los planes trazados son los adecuados, si las compañías, las compañeras, los proyectos son los que siempre, en el fondo de su alma, quiso. Cree pensar que sí. Que es lo mejor. Por aquello de caminar. Por aquello del miedo. Lo cree tanto que no es consciente de estar cuestionándose el tropiezo o el acierto y deja que esa incertidumbre crezca, aislada, sin causar mucha molestia.

Tiene diecisiete, tal vez veinticinco o treinta y dos años. Quizá cuarenta y tres. Pelo rubio, aunque a veces se me antoja moreno. Estudios básicos y está a punto de terminar su tesis. Quiere sacarse un postgrado o escribir cuentos para niños. No lo tiene muy claro.

Sólo se pregunta, sin saber, si tomó el buen camino.

Ciertamente no lo hace. Simplemente se dedica a continuar con lo supuestamente impuesto -por sí mismo-, deja la vida correr en sus saltos meditados y cuadriculados donde los supuestos son determinantes y las variables casi nulas. Lo que viene siendo, en resumen, un ser de ideas fijas y de autoaborregamiento.

Creador de infinitos papeles con líneas horizontales para poner debajo del pulcro folio y no torcerse al escribir, porque no se ha dado cuenta de que lo bonito es dejar caer, sin querer, las líneas, hasta conseguir nuestra particular rectitud.
Pero un día, en medio de su corsé caótico, creyéndose rompedor y conquistador de las mejores decisiones y virtudes para el futuro, aparece algo o alguien, que desbarata todo lo anterior.

Las estructuras se tambalean en su pensamiento, las decisiones que parecían tan acertadas ya no lo son tanto y un soplo de aire fresco parece ahogarle de sutil duda y aplastante certeza.

Un día, un antojo del destino, le pone delante otros ojos que le hacen respirar distinto y, sin querer, va dejando a un lado sus supuestas obligaciones para con sus supuestos planes, va escribiendo una historia nueva, paralela, brillante e ilusionante. Rejuvenece, a sus diecisiete o a sus treinta y dos, dándose cuenta de que nada está impuesto. Que las imposiciones son propias y que lo que un día parecía ser el mejor sendero por el que caminar se ha convertido en una salida -aburrida y- fácil. O tremendamente complicada, pero no por eso más atractiva. Un golpe de vida, un terremoto.

Un "nada tiene por qué ser así" que algunos ignoran y otros agarran hasta con los dientes. Cuestión de valientes... Será.


Donde agarrarse si el suelo tiembla

~ 3 Caminantes: ~

laura says:
at: 9 de marzo de 2010, 12:44 dijo...

Adelante esos valientes. Un cambio de planes, el camino no-recto, son también mi opción de brújula. Y sonrío más desde entonces.
:)

Juan Pedro says:
at: 9 de marzo de 2010, 18:01 dijo...

Ah, amiga...

amelie says:
at: 10 de marzo de 2010, 1:15 dijo...

Mi niña, cuánta intensidad en tus últimas entradas. Creo que, por eso mismo, no puedo decirte nada. Te quiero, bruja. Besos desde este lado del mundo

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Raquel Godos
Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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