Viaje al origen


Bogotá, 2 de junio de 2010

He viajado al origen y he vuelto. He descubierto en dos días que todavía hay esperanza en el ser humano, que los hay llenos por dentro, limpios, calmos, en paz consigo mismos. Mentiría si dijera que no tienen preocupaciones ni conflictos, pero no me cabe la menor duda de que ellos entienden mucho más de felicidad que nosotros.

Padre e hija

Dos días entre pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta en los que Kankuamos, Arhuacos, Wiwas y Koguis se encontraban reunidos en el poblado de Nabusimake para unir sus fuerzas contra las amenazas a las que se ven sometidos por culpa del hombre blanco. Cuatro culturas distintas que buscan el entendimiento mutuo para hacer frente a sus problemas de la mano del sabio consejo de los mamos, autoridades tradicionales que poseen la sabiduría de la naturaleza y del paso de los años.

Con el poporo siempre a mano, dentro de su mochila, los hombres intercambian hojas de coca al saludarse, como si fuera una señal de hermanamiento, de camaradería. Muy silenciosos, pensativos, mirando el horizonte cortado por las cumbres, mastican las hojas y dan forma a su poporo con cal extraída de conchas marinas. Sus dentaduras se resienten.

Cerca de la casa de gobierno huele a cilantro, la cocina no anda muy lejos. Delante de mis ojos pasan mujeres que cargan bebes con una bolsa anclada a su frente, el niño a la espalda, la fuerza en el cuello. La mayoría de ellas caminan descalzas y sobre sus vestidos blancos lucen collares de cuentas de colores que se enredan con sus largas melenas.

Cocina del poblado

Los niños corren, saltan entre las piedras de la calzada, observan a los adultos como queriendo aprender de ellos todo y nada, en un intento de no perder la inocencia y alcanzar la responsabilidad.

Entramos a la casa de Gobierno, discuten si deben dejarnos captar sus vidas y contarlas, deciden que sí y nos invitan a asistir a su reunión, en la noche. Consideran importante que alguien pueda mostrar al mundo cuáles son sus problemas, "con el lenguaje del occidente". Llega la hora y nos dirigimos a la sala de eventos, donde hacinados escuchan a los mayores, la noche está cerrada al otro lado de las montañas, a lo lejos relampaguea, sobre nosotros el cielo estrellado.

Contamos a qué venimos, nos permiten acompañarles y les dejamos con sus debates mientras comienzan a caer las primeras gotas. A oscuras, con dos pequeñas linternas, y cruzando un par de riachuelos bajo la luz de los relámpagos y el sonido de sus truenos, nos dirigimos a la casa donde nos acogen. Llega la tormenta y el sueño.

Al día siguiente nos dejarían visitar sus casas, nos abrirían las puertas de la cocina y nos ofrecerían un tintico con panela, delicioso. Acompañados por uno de ellos, nos mostrarían los rincones de Nabusimake, nos presentarían a sus hijos y a sus esposas, posarían para nuestros objetivos o huirían de ellos tras las puertas, pero sin perdernos de vista.

Intercambiaríamos sonrisas, miradas de recelo. Ganas de conocer o de no saber nada. Nos diríamos muy pocas cosas en castellano porque el lenguaje de los ojos es más expresivo cuando las lenguas indígenas se interponen entre nuestro idioma y el suyo.

Nos contarían sus problemas y sus inquietudes, nos darían las gracias y nos invitarían a volver borrando su rostro serio, acompañándolo de una sonrisa.

Comiéndose el mundo y mi objetivo

Al día siguiente, ese siguiente día, regresaríamos por la majestuosa Sierra Nevada a nuestra realidad a bordo de una Toyota indestructible capaz de unir dos mundos.

Al día siguiente. Al día siguiente regresé del origen del mundo con el alma llena de nuevas imágenes y repleta de sensaciones de las de "nunca antes", como más grande, como en paz. Como incapaz de contar lo vivido. Mis disculpas...

~ 1 Caminantes: ~

Unknown says:
at: 5 de junio de 2010, 22:22 dijo...

Si, es un gran contraste, mientras en Colombia se puede vivir ese tipo de encuentro con la naturaleza casi virgen y con personas parecen conocer el verdadero sentido de la existencia. A pocos kilometros de allí, puedes encontrar otra naturaleza depredada por monocultivos y personas con mucho dinero, pero con total ignorancia de lo que es bueno para ellos y para su comunidad. Al mismo tiempo gente que tenemos esperanza en que es posible cambiar la mentalidad de estas personas. Pero como vimos el 30 de mayo (oh pérfida contradicción de la democracia) lastimosamente, estamos lejos de ser la mayoría

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Raquel Godos
Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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