El temblor de la tierra


Washington, 23 de agosto de 2011

1. (…)
Se recolocaba los botones de la camisa con disciplina germana, estiraba sus cuellos, recolocaba el suyo, planchaba con las manos las solapas de su americana y mientras tanto la campana del ascensor indicaba, uno a uno, los pisos que dejaba atrás, y se acercaba más al suelo.  Allí donde brillaban sus relucientes y caros zapatos italianos.

2. Zapatos.
El vendedor de zapatos se parecía muchísimo al vecino de su abuela, el del 2º D, pero aquel vecino era definitivamente mucho más simpático. “Este señor no quiere vender ni una cerilla –pensaba para sí-, ¿tan difícil es traerme el número correcto de los mocasines? Paciencia, dios mío.  ¿Se habrá olvidado de mí?”.


3. Olvido.
Se le había olvidado envolver el almuerzo de su hijo pequeño en aquellas bolsas herméticas que no ensuciaban la mochila. Pasaba una a una las cartas que tenía en su mano, sistemáticamente, y con un vistazo las repartía por las cajas de su carro antes de que le diese tiempo a leer por completo el destinatario. Su memoria visual ya tenía grabadas a fuego las iniciales y los logotipos de todas las empresas del edificio, no había que pensar demasiado. Chasqueó los labios, dirigiéndose a sí misma, al recordar que la noche anterior no había regado las plantas del balcón y que, con este calor, empezarían pronto a amarillear. A marchitarse sin remedio.


4. Remedio.
- Tienes que llamar al técnico, no podemos seguir así. El grifo gotea, y gotea y gotea…¿Sabes la cantidad de dinero que nos dejamos en luz este mes? Esto no puede ser… Por no hablar de la factura del teléfono, de tus clases de yoga, de tus benditas manicuras y de tus paseítos al outlet. Ya está bien.
- Sí, mi amor.

5. Amor.
No ha contestado a ninguno de los mensajes que le mandé,  estoy seguro de que ya no quiere saber nada más mí, por gilipollas, por pesado, por inútil. La semana pasada estuve a punto de llamarla pero no sabía muy bien qué decirle. Seguro que ya ha conocido a alguien que tenga el valor de mirarla a la cara y de invitarla a cenar sin las dudas de un adolescente de quince años. Alguien que la pueda besar sin que le tiemblen las piernas…

6. Temblor.
Y es que la mayoría de las veces no nos damos cuenta de que el mundo no tiene el eje en nuestro ombligo, que da igual si la camisa que llevamos está arrugada, si el dependiente de la tienda se demora un poco más en atendernos, si nuestro hijo ensucia la mochila con la grasa del bocadillo o si las hojas del potos se vuelven un poco más ocres por un despiste. No nos damos cuenta de que la vida no se nos va en las facturas del banco, y de que aquella chica a la que nunca llamamos, simplemente no era la mujer de nuestros sueños por mucho que nos atormente. 


Y es que, a veces... A veces tiene que temblar la tierra para que nos demos cuenta de que lo que importa no solo habita al ras de nuestro suelo.



~ 1 Caminantes: ~

Laura says:
at: 24 de agosto de 2011, 19:40 dijo...

Me gusta mucho este texto.
Y por si la tierra tiembla y nos caemos, o para entre que tiembla y no tiembla, http://www.goear.com/listen/ba6d2db/la-vida-a-un-palmo-a-drede

Besos!

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Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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