Mamá, no quiero ser racista



Washington, 3 de septiembre de 2011

Mamá, por primera vez en mi vida me han echado de un bar.

No, no te preocupes, no pasó nada malo, o no tan malo como supones, porque ni me comporté de manera inapropiada, ni estuve fuera de tono, ni me emborraché hasta perder el control. Simplemente me echaron por ser diferente.

La historia del cómo fue ya te la contaré, es lo de menos. Lo importante es que nunca antes había sentido lo que sentí en ese momento. Sin precedentes, nada, ni un ápice de similitud a ninguna otra emoción anterior.

No sé cómo explicarte la sacudida por la incomprensión, muy lejana de una falta de entendimiento por el idioma. Todo lo contrario. Paradójicamente cercana y posible por un lenguaje común: las vísceras.

Mamá, a esa chica no le gustaba que yo fuera española. Por alguna extraña razón, que en la escuela dicen que se llama xenofobia  y que explican como un odio y hostilidad hacia lo extranjero, no me quería allí. Ni a mí, ni a mis amigos, que reíamos con “ces” o aplaudíamos con “jotas”, de esas que parten rudas del comienzo de la garganta y nos pintan una bandera de España bajo el flequillo.

Mamá, a esa camarera no le gustaba sentirse pequeña tras esa barra que la separaba de unos extranjeros poderosamente leídos y felices en su país de ensueño, donde el miope no llega a alguacil.

Al principio experimenté una especie de vacío, de impotencia. Si quieres de estupefacción. Luego me di cuenta de que mi estupefacción era también parte de su racismo. O del mío. O del del mundo.

No sabía muy bien cómo enfrentar lo que ocurría porque no lograba entender los mecanismos de su mente. ¿Nosotros? ¿Por qué? No me siento distinta a ti -lo que implica que piense que sí hay otros que lo son-… Qué asco.

Intentamos hacerle entrar en razón. Buscamos mecanismos de diálogo y luego de reproche, pero evidentemente fueron en vano y nos tuvimos que marchar por donde habíamos venido, con unos cuantos dólares menos y alguna reflexión de más… Y es que nadie, ni los “afortunados blancos”, se libra de las diferencias con el otro, porque siempre existen. Sólo hay que evitar que se disfracen de miedo y se maquillen de odio

Mamá, no quiero ser racista.

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Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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