Ni chulos ni canallas



Washington, 18 de febrero de 2015

Que no, que no eran los chulos ni los canallas ni los altivos, tampoco se trataba de los misteriosos, los (que se hacían los) interesantes o los eternamente presumidos, ni los de hombros caídos pero barbilla en alza. No eran ni altos ni (muy) bajos, llegaron alguna vez a ser rubios cuando pensó siempre que serían morenos y aunque las barbas fueron históricamente su debilidad,  hasta el que fue (pero no será) el amor de su vida se afeitaba (religiosamente) todos los (santos) días. Que no, que no. No tenía nada que ver con el coeficiente intelectual (bueno, un poquito) ni el peso del bolsillo (qué estupidez), hasta descartó, sin darse cuenta, aquella idea romántica de que supieran tocar tres acordes con la guitarra y en la estantería tuvieran antologías de Hernández, Pizarnik o Whitman, que no, que no, y mira que le había costado darse cuenta, pero es que nada que ver con la atracción por lo difícil ni la magia de lo imposible, estaba absolutamente lejos de cualquier musculatura requerida (salvo en el oído y el paladar) y aunque en su día le llegara a parecer imposible, incluso salió con un (¡Oh dios mío!) economista. Que no, que no, que ni barras bravas ni locos por el ajedrez, ni adictos al whiskey ni dados a la ginebra. Que daba igual si odiaban las recetas de su madre y le importaba una mierda si (como no podía ser de otra manera) a estas alturas de la vida venían ya con tara o estaban completamente tarados. Lo mismo le daban camisas lisas que jerseys de cuadros, hasta podía pasar por alto un pantalón de pinzas con unos náuticos. Que no, que no, que la vida se había encargado de desmontar en su cara y con una insolente insistencia casi todo aquello que creía saber sobre sí misma, sus pasiones y sus hombres. Que no, que no… que la vida se había encargado de abofetearla una y otra vez con sus propios prejucios, que no, que no. Que estaba claro, que sólo podía enamorarse de hombres a los que les lloviera, siempre e irremediablemente, por dentro.


Washington/ Julio 2014

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Raquel Godos
Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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