Washington, 29 de octubre de 2011
Aquella noche no había nube de humo de tabaco en el local. Los tiempos cambian. Al bajar las escaleras el ambiente era limpio, ni siquiera estaba viciado por el calor humano concentrado en tan pocos metros cuadrados, bajo tierra. Diez o doce escaleras, no más, separaban los rascacielos de otro mundo, donde los rostros, el ritmo y la cerveza se reflejaban en los espejos que miraban de frente a las teclas del piano.
The Smalls, NYC |
Habíamos llegado en el momento perfecto, aunque yo no lo sabía. Esa manía de encontrar sitio donde sentarme se había convertido en necesidad tras el viaje tan intenso y los paseos puente abajo, de Brooklyn, puente arriba, de Williamsburg. Pensé que no habría forma de hacerme con una silla, pero de repente aquel señor mayor de rasgos negros y boina calada se despedía al micrófono de su público, del que no habíamos llegado a formar parte.
Las sillas comenzaron a vaciarse, como si el reloj del campanario hubiera tocado las doce, y todos los allí presentes fueran cenicientas que nos legaban su lugar.
La luz, aunque no azul, era muy tenue, y en los escasos espacios entre barras, asientos y pintas los músicos empezaban a cruzarse, con miradas, saludos, golpes en los hombros, complicidades varias que sólo existen entre los que comparten una pasión.
Josh Evans |
Empezaron a sonar notas de fondo, melodías de un bajo, y un hombre con tirantes y pañuelo se apareció tras el instrumento abanderando su sonrisa. Sonó el piano, y poco a poco los ritmos de la batería ganaron espacio. Saxo, trompeta, juego de pistones y caricias a las cuerdas. Una noche de Jazz, otra historia.
Tyler Mitchell |
Junto a la barra había un tal González, me pareció oír entre susurros, tan blanco como el metal de su trompeta. Aguardaba la invitación para subir al escenario, renqueante, con su sombrero y sus zapatos eternos de ajedrez, la vida sobre los hombros y la música por las venas. De esas personas que te gustaría abrir en canal para conocer cuáles fueron sus años y sus cuentos. Diseccionar su vida.
Jerry González y Tyler Mitchell Group |
Mientras tanto sobre el escenario, el hombre de tirantes y sonrisa practicaba sexo con su bajo, y a pocos centímetros de nos, observábamos cómo el sudor se convierte en energía, y luego suena. No al revés.
El sonido, el juego y el pincel de los metales, la locura de las teclas y la velocidad de las manos. El sentimiento de otra vida que transcurre por debajo del asfalto y que es caos y melancolía, que a veces se convierte en nostalgia y otras en rabia.
Josh Evans |
Y en ocasiones… En ocasiones explota de alegría.
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