Washington, 2 de noviembre de 2011
La elegancia no reside en las buenas palabras, saber reglas de protocolo o manejar bien los cubiertos. La elegancia no reside en las opiniones veladas sobre terceros, en los juicios de valor, en ponerse cuellos altos o gemelos. La elegancia no se encuentra en las miradas altivas y las espaldas rectas, la elegancia no habita en la resignación ni el sacrificio. La elegancia no va de la mano de los comentarios reprobatorios, por muy bien construidas que estén las frases. La elegancia no germina si en el suelo no hay más que dogmas.
Elegancia en el Chocó (Pacífico colombiano) |
La elegancia es la de una anciana que, sin idea de gramática, escucha al otro y lo respeta. La elegancia es la de un señor que come a dos carrillos y aún es capaz de dibujar una sonrisa sincera. Elegancia es la de ese niño que empuña una cuchara como si fuera un cincel, con inocencia. Elegancia es la de esa mujer que viste de colores, sobre sus tacones, y no le importa el qué dirán. Bien podría vivir en su escote, si debajo hay un buen corazón. Elegancia son unos ojos limpios, una espalda encorvada de agacharse a escuchar a quien está más abajo. Elegancia es la de aquel que vive y deja vivir. Elegancia es lucha, es perseverancia, es ilusión. Elegancia es la de los silencios escogidos, porque sí hay silencios que valen más que mil palabras. Elegancia solo es, y repito, solo, sinónimo de tolerancia.
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