Washington, 4 de abril de 2012
Tres y cuarto y la comida en la mesa, me había retrasado un poco porque llegué tarde de la oficina y él, esclavo, lavando los platos de la noche pasada me esperaba en silencio.
Tres y diez, y esta mujer sin llegar. Hace tiempo que no sé qué música ponen en el bar de la esquina. Voy a sacar el pollo del horno.
Tres y cinco. ¿Cómo estás, María Elena? –Sí, el viernes a las seis. No hay problema, nos vemos allí con las chicas. No te preocupes.
Tres en punto. Se me ha olvidado con quién juega el Barça en la Champions, ni siquiera sé si el partido es hoy o mañana, aunque creo que Alejandro me invitó a verlo con sus amigos. ¿O igual fue ayer?
Tres menos cinco. Voy a comprar unas cortinas de colores para el despacho, que estoy harta de tanto gris. El viernes, sí.
Tres menos diez. No quedan cervezas en el frigorífico –y seguro que tampoco dinero en la cuenta-.
Tres años después. Nos equivocamos pensando que la vida tenía nombre de convención social, que el amor consistía en compartir créditos bancarios. Nos olvidamos del brillo en los ojos y sacrificamos todos nuestros sueños porque ninguno era el del otro. Nos convertimos en muertos vivientes por confundir nuestra vocación de soñadores con el estigma de los ilusos y acabamos siendo unos cobardes, que no se aleja mucho en el diccionario de la acepción de los conformistas.
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