Norfolk (VA), 16 de abril de 2012
"Tras la tercera o cuarta posdata nos alegramos sincronizadamente de tenernos y nos recordamos, al mirarnos por dentro, cuán afortunados éramos de compartirnos. El Atlántico vibraba desde mi costa y al otro lado, el suyo y frío, se dedicaba a susurrarle al oído cuánto le quería a mi encargo.
Nuestra historia había terminado el mismo día que comenzó, por eso era eterna, y las olas, cómplices y a la vez metáfora, se encargaban de repetir una y otra vez nuestros arrullos. Los de aquella primera, última e infinita noche".
Los caprichos, bondades y malas pasadas del tiempo de vez en cuando nos alertan de que la felicidad está en nuestras manos. O de que al menos ha estado, está o estará. Ya solo es cosa nuestra si queremos cerrar con fuerza el puño y abandonar el calor artificial de oficina. Ya solo es cosa nuestra si nos evitamos la condena de pensar cada anochecer en un “y si hubiera sido…”.
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