Washington, 11 de junio de 2012
Cuando comencé este blog incongruente, tan lógico a la vez,
había leído apenas unas pocas novelas de García Márquez, había sentido sus requiebros como una historia imposible e irreal en un par de ocasiones, había escuchado comentarios
sobre sus libros, escrito algunas reseñas, dibujado una imagen somnolienta
sobre su literatura, pero aunque la sensación siempre fue magnífica, tardó en
ser medianamente acertada. Y es que unos meses más tarde la vida se encargó de
demostrarme de un plumazo que aquellos relatos de Gabo se podían describir como
una descripción en sí mismos, y aunque siempre brillantes, no eran nada más –o
todo eso-: un relato de la realidad. Puro periodismo.
La vida, como decía, fue mostrándome cuando llegué a Colombia
que en algunos de sus rincones don Gabriel no tenía que hacer un gran esfuerzo
para ficcionar. Su don no es ni era otro que el de contar, su don no es ni era
otro que el de manejar con absoluta maestría este oficio tan jodido y tan
bonito que algunos hemos escogido con ciertas dosis de ingenuidad, porque
Colombia, para quienes la huelan, la vivan y la sientan –y sobre todo para los
que no- me demostró que no es otra
cosa que una fotografía viva de lo que encierran sus páginas. Y no al revés.
“Llovió durante toda la tarde
en un solo tono. En la intensidad uniforme y apacible se oía caer el agua como
cuando se viaja toda la tarde en un tren. Pero sin que lo advirtiéramos, la
lluvia estaba penetrando demasiado hondo en nuestros sentidos. En la madrugada
del lunes, cuando cerramos la puerta para evitar el vientecillo cortante y
helado que soplaba del patio, nuestros sentidos habían sido colmados por la
lluvia. Y en la mañana del lunes los había rebasado”. Fragmento de "Isabel viendo llover en Macondo"
Nunca llegué a Aracataca, aunque me lo planteé. Seguramente
no fui porque no tenía que ser, porque hubiera supuesto el fin demasiado
prematuro de un Camino, porque me gusta demasiado andar y aquello hubiera sido
coger un vil y oportunista atajo. Iré a Macondo, por supuesto, y pasearé por
sus calles desiertas de ecos congelados y sudores de hielo. O de nieve. Iré,
pero todavía no.
Todavía no porque necesito pasear más sobre la vida para
poder hacer frente a otra que supera lo terrenal, lo que cabe en un teletipo de
agencia. Porque aún no me he leído todas y cada una de las líneas que un día
Gabo dejó impresas, porque aún no he podido digerir esa lluvia que colma, esos
gallos de carne, ese maíz del color del sol.
Gallos de Gabo, Sierra Nevada (Colombia) Jun 2010 |
¿Que por qué hoy desde Washington? ¿Que por qué todo esto?
Pues porque he decidido hacer de mi Macondo una lista corta de 509 deseos.
Quiero Todos los cuentos. ¿Llegarán a Aracataca los Reyes Magos?
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