Washington, 22 de julio de 2012
Las hojas de este Moleskine, que terminará en mi caja de los
recuerdos, están a punto de acabarse a la vez que se cierra este año, que para
mí comenzó un 25 de julio. En él hay notas de ruedas de prensa, direcciones de
amigos, versos en cirílico y hasta nombres de actrices porno –sí, no
pregunten-. En él hay letras, apresuradas y calmas, eso sí, todas caóticas,
pero sorprendentemente reveladoras de un tiempo. Hay tintas líquidas en negro,
garabatos en rojo y entrevistas en azul. Anotaciones con fechas, nombres de presidentes
gringos, listas de la compra y pinceladas de estrategias electorales. “Poner la
lavadora”. Este Moleskine –que hoy traslado a Macondo como en otras ocasiones-
será siempre un tierno y nostálgico recuerdo, tal vez vergonzante, de otro de
esos años que empiezan a acumulárseme de los de “me cambiaron la vida”.
Un año después, no. No estoy enamorada de Estados Unidos,
tampoco tengo especial afecto a esa sociedad que se autodenomina americana como
si solo ellos fueran América, pero sí lo estoy de esa gente que sin ser de aquí,
como yo, me ha hecho sentir como en casa, y de aquellos pocos que siendo de
aquí, me han abierto la suya.
Nunca antes había experimentado una sensación tan fuerte de
renacer, ni tampoco había sentido el camino tan constructivo y tan pleno bajo
mis pies, tan fácil y tan arduo a la vez. Quizá, simplemente, me estoy
convirtiendo en eso a lo que llaman “adulta”; o quizá, simplemente, estoy
viviendo una suerte, un regalo lejos de las cosechas del esfuerzo. No lo sé.
Esta noche, a apenas unos días de cerrar esa cifra redonda,
y a sabiendas de que mañana no me dejarán las prisas, tenía esa necesidad estúpida
de echar ya de menos algo que no abandono, y de extrañar el olor de una España
a la que enseguida voy a volver. Será esa nostalgia tonta de la que algún muy
buen amigo a veces me acusa, será esa manía mía de aplicar la simbología y de
creer que las ideas y los hechos son más fuertes sobre un trozo de papel.
Pero qué se yo –que hoy me suena en argentino-, este año y
este cuaderno han estado tan repletos de magias que por qué no me voy a
permitir el capricho de desnudar mis idioteces, de desearme un feliz año nuevo
escribiendo una penúltima página… El placer de haber aprendido que, mientras
haya vida, los finales no son más que el sinónimo perfecto de los principios.
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Washington, mar 2012 |
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