Washington, 26 de agosto de 2012
Me gusta más hablar de ti que de mí, porque al fin y al cabo ya me sé todo lo que me tengo que contar, o contarte no sé, aquellas cosas que no te importan porque hablando me doy cuenta de que te da igual lo que te diga, que ya me quieres así, sin contarte.
Me gusta más hablar de ti que de mí, porque al fin y al cabo ya me sé todo lo que me tengo que contar, o contarte no sé, aquellas cosas que no te importan porque hablando me doy cuenta de que te da igual lo que te diga, que ya me quieres así, sin contarte.
No me gusta más hablar de ti que de mí porque no quiera
entenderme, si, de veras, ya lo hago. Si es que no tengo más que darme la
vuelta, mirarte a los ojos y, como mucho, si es necesario, retroceder un paso.
Tal vez asomarme a tu hombro una vez por semana, meter la nariz en tu pelo,
distinguir mi almohada.
Me gusta más hablar de ti que de mí, porque al fin y al cabo
en ti veo mis manías, y no por ser tuyas, sino porque un día te las bebiste de
un trago de una copa que era mía. Tus palabras, mis yoes envueltos en otra
piel, dibujados con otra saliva, alineados con otra sonrisa. No tengo que
hablarte más de mí porque para qué más si, parafraseando a Sabina, yo soy yo. Y mí. Y me. Pero contigo.
Brooklyn, Oct 2011 |
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