Washington, 29 de agosto de 2012
El problema del ahora, y del hoy y del contar el instante no es otro que el de estar perdiéndoselo. O quizá, también, la incapacidad de no poder imaginar cuál será el siguiente. Repito fotogramas en directo pese a que el decorado es diferente, solo necesito colocar las luces en el que creo es el mismo sitio y esperar el chasquido del fuego. No importa que la plata se haya oscurecido, no importa si huele a viejo o a recién comprado, puedo alcanzar una escena pasada recreando unas sombras, con apenas unos trazos.
Y sin pedir perdón por citar a Nietzsche, ahí está el peligro del eterno retorno. Si por una casualidad, un guión o un latido vuelvo de día a los mismos pasos, solo encuentro dos explicaciones posibles: la obsesión o los abrazos.
Los rotos que rompieron a Almodóvar o los que provocan temblor, no necesariamente de manos; los que te quitan el aire, los que te salvan a ratos.
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