Washington, 25 de marzo de 2013
Hoy que DC nieva como quien niega la primavera, pero más de tres veces, me tropiezo de nuevo con letras olvidadas, pasadas, guardadas en otro rincón ya desconocido. Hoy que en DC llueve como quien llora por la primavera a los pies de su cruz...
Bogotá, 2 de septiembre de 2010
Gotas límite
Creía en ello a pies juntillas, pero a veces llovía
demasiado.
En Bogotá llueve, llueve mucho y llueve muy distinto. Hay
veces que el cielo amenaza con un gris oscuro mientras los cerros se iluminan
de un blanco súbito que rompe el infinito y las gotas caen pesadas e inertes.
Son las gotas límite.
Pero a veces, en Bogotá, cae una lluvia dispersa y tímida,
como si un rocío permanente e inconsciente se dedicara a limpiar los cielos
para que el negro humo de la Séptima muera nada más nacer. Son las gotas
limpiabrisas.
Sin embargo, en ocasiones, la ciudad cae en tópicos y se
deja llevar por la tristeza, con ese agua a cuenta gotas que moja lo suficiente
como para incomodar y que, en vez de liberar, encierra. Son las gotas cárcel.
Cuando en Bogotá salen cautos algunos rayos de sol, todo se transforma. Al gris le
envían al verde de sustituto y no tiene más remedio que resignarse porque el
nuevo cae mejor… Cuando eso sucede, el gris se rebela y, boicoteador, mancha de agua sucia el azul cyan. Son las gotas de la envidia.
No muy a menudo el astro rey gana la batalla a las nubes,
pero cuando eso ocurre la ciudad se viste de una fiesta suave, la gente camina
por las calles con cierto rubor, como si esa luz les desnudara. Que no forma
parte de ellos. Esos días no hay gotas que valgan, los cerros se elevan y crece
la incredulidad. Son las no gotas.
No es complicado averiguar cuáles de ellas son las más agradecidas,
cuáles duelen, cuáles te arrastran hacia un punto más allá de lo oscuro. Y es que
hay días, cuando se suceden muchos, en los que la existencia del sol es casi en una cuestión de
fe.
Bogotá, Nov 2012 |
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