Principios de despedidas


Madrid, 11 de septiembre de 2009


-Miguel, ¡espera! – Grita una niña rubia desde el televisor, y se acerca corriendo a un pequeño con pantalones cortos y cara inteligente mientras comienzo a escribir esta entrada- ¿Quieres leerlo?- le dice, ofreciéndole una cuartilla donde ha escrito unos párrafos.


Cuántas veces habré pronunciado esas palabras, exactas, en los últimos cuatro años. Cuántas veces le habré pedido su opinión, cuántas habré esperado su análisis. Cuántos momentos habremos compartido juntos. Y ahora, más que nunca, se acerca un inminente hasta pronto, hasta siempre… Que suena a despedida y a madurez, a ese “hacernos mayores” con el que parece que nos topamos sin querer.


Conversaciones que duraban horas y nos definían como pequeños pedantes salidos del instituto y de su lugar para ir a la gran urbe, que yo adoro y él rechaza, a crearnos un futuro. Partidos blaugranas por un euro, gritos, emociones, un cumpleaños y la tercera Copa de Europa. Malentendidos, discusioness, paseos de punta a punta, decenas de comidas y de cenas que durante un año me colocaron como la okupa más caradura del reino. Usurpar su sofá para una siesta mientras él leía a Huntington y ella convertía la casa en un cafetal. Yo dormía. Hoy sueño, sonriendo, con ello.


Cuatro años de todo eso y, ahora, cuando yo llevaba un tiempo oliendo a Colombia y él asumía mi marcha y su permanencia en el “infierno de asfalto” parece que todo se precipita y que seré yo la que desde Madrid le diga adiós.


Ya le echo de menos en la cercanía, ya le pienso en la proximidad, ya necesito sus cabales consejos y su enorme capacidad de colocar todas las piezas que componen el rompecabezas de mi mente.


Él, que como ningún otro ha sido capaz de ver todas mis virtudes y todos mis defectos. Él, con el que siempre aprendo y me siento querida. Él, que cree en mí. Él, a quien, también de lejos, admiro y quiero profundamente. Él, con quien pienso exprimir todos los momentos juntos que nos brinde la vida.


Y un guiño de alegría para quien hoy es un poco más viejo, pero infinitamente más feliz.




Afortunada…

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Raquel Godos
Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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