Madrid, 21 de septiembre de 2009
Llevo toda la noche con la nariz helada, pensando en caliente. Una hora bajo el nórdico para lograr que el sueño se adueñe de mí y que mis pies logren alcanzar la temperatura del resto de mi cuerpo. De mi ovillo.
Cuando lo consigo, de repente, tengo mucha, mucha sed y abro las pupilas en la oscuridad. La piel de mis talones roza el parqué y la energía huye. Todos los esfuerzos fueron vanos. Se me escapó el calor de las manos.
Pero qué dulce es recordar que, por un momento, toda yo era cálida y calma.
Regreso a la almohada en busca de más sueños efímeros.
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