Madrid, 7 de octubre de 2009
No sé si todo viajero del suburbano se ha preguntado alguna vez cuántos meses de su vida habrá vivido bajo tierra, de camino a un lugar o volviendo de otro. Yo sí. Y lo cierto es que en esas horas vividas, que parecen una transición etérea entre dos episodios de la vida, la mente y el corazón siguen funcionando. No sólo eso, sino que además, gracias a esa sensación de paréntesis inevitable, en ocasiones producimos dentro de nosotros reflexiones distintas, no digo brillantes, pero al menos peculiares, inusuales.
Esta tarde, esta noche, de camino a casa, como todos los días, hice mi transbordo correspondiente para bajarme en la siguiente parada. Son sólo unos minutos, normalmente me da tiempo a escuchar una canción y media de mi lista de reproducción o a leer entre cuatro y cinco páginas del libro que me acompañe.
Esta tarde, esta noche, sin embargo, mientras estaba allí de pie, contra la puerta de salida, observé, como de costumbre, las manos, los bolsos, las novelas, las sonrisas y las miradas de los que estaban a mí alrededor pero también me pregunté cuánto y qué necesitarían cada uno de ellos para contarse a otro.
Qué necesitaría aquella chica que leía a Matilde Asensi para contarle a alguien episodios vergonzosos de su infancia.
A quién pediría apoyo en los momentos más duros el chico al que le goteaba Coca Cola de la mochila.
Cuándo sentiría el momento adecuado para confesar su secreto mejor guardado la mujer boliviana del fondo del vagón.
Cómo el sexagenario de pelo gris y ojos azules le dijo por primera vez a su mujer “te quiero”, por no poder evitarlo.
Me pregunté qué ocurre dentro de los seres humanos para que, sin saber muy por qué, escojamos de entre todos los demás a unos pocos, a esos, a los que luego sentimos como importantes. A los que necesitamos en el camino.
Simplemente, durante una canción y media, me planteé qué tiene que suceder para que dos personas se unan, de alguna manera, para siempre. Y no hallé la respuesta.
Supongo, mientras me cuento en estas líneas, que se trata llanamente de un click. De Magia.
Sean Penn, gracias a Eugenio Montejo, intenta acercarse...
http://www.youtube.com/watch?v=5Q1QvwkDXMo
La tierra giró para acercarnos
La tierra giró para acercarnos,
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño,
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive
llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo,
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor,
tanto milagro
sólo fuera un adagio
hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio.
Eugenio Montejo
~ 2 Caminantes: ~
at: 7 de octubre de 2009, 11:21 dijo...
¡Qué gran reflexión, mi niña! Yo también soy una aguda observadora de personajes del metro, hasta el punto de que me gusta inventarme historias sobre la gente que viaja conmigo. A veces, es inevitable, porque las conversaciones se producen a un volumen tan elevado que resulta fácil saber de qué va la relación; pero en otros casos, justo esos que mencionas, cuando las personas viajan solas, en que mi imaginación se evade con ellas. Después, si puedes, te pasas por El Rincón de Amelie. Voy a colgar un poema relacionado...
Un beso grande (y, como siempre, un placer entrar en este rinconcito)
at: 8 de octubre de 2009, 20:23 dijo...
La tierra giró para acercarnos y, ¿sabes qué? Yo tampoco he encontrado la respuesta, pero ese click es una de las cosas más maravillosas de la vida. Un beso grande mi niña.
Publicar un comentario