Ochenta centímetros de cielo


Bogotá, 12 de abril de 2010

Una oscuridad casi completa, negro puro salvo algún halo tenue en la distancia. Alguna vez alguien iluminó la lejanía con hermosura y el tiempo -y el espacio- no han podido borrar los rastros. Nunca antes había visto una luciérnaga.

Nada más sencillo y bello que la naturaleza y a la vez nada tan majestuoso, creador y destructivo. Juegos de alturas entre nubes y montañas que se apuestan el protagonismo del amanecer. Densa vegetación que en este país esconde, brilla, guarece y crea miedos. Anula otros muchos. Las fichas de dominó sobre la mesa y el espíritu de mi abuelo alrededor.

Caminando sobre cuatro ruedas de un lugar a otro el clima cambia en apenas unos kilómetros y del agua nos convertimos al fuego porque al calor del silencio todo es distinto y la vida parece más real. No perdemos el tiempo entre un sitio y otro porque estamos en este, solo en este y el tiempo pasa más despacio o más deprisa, no sé, pero pasa diferente.

Las gamas de colores se extienden hasta el infinito y el horizonte parece una boca entreabierta, un labio que espera ser mordido por un beso que es sabido nunca llegará.

Y en escena entra la locura de la mano de la honestidad. Un puñado de amor disfrazado de hostilidad que se convierte en una dulce guerra fría de miradas y juegos de palabras cómplices que me hacen perder siempre las batallas, salvo las que ya doy por perdidas.

Me acuno en ausencia de quien quiera mecerme, entro y salgo de un mundo de ensoñaciones que me hacen confundir lo real y la ficción, dejo de pensar, solo siento la brisa y mil sonidos animales. Un capítulo eterno de sincronías. Almas que se cruzan. Verdes que se mezclan. La polisemia de lo puro…Ochenta centímetros para macerar los recuerdos.

Paradas para un vuelo

~ 2 Caminantes: ~

laura says:
at: 29 de abril de 2010, 16:20 dijo...

Qué le pasa al aire bogotano que os tiene tan melancólicos?
Un besote, guapa!!

Volker
at: 12 de mayo de 2010, 20:46 dijo...

No es el aire, creo, es tal vez el efecto del bombardeo constante de colores, sonidos, olores, música, personas, niños, naturaleza, gritos, congestión, calor, frío, huecos, lluvia, sol, gris, ladrillos, palmeras, taxis, silicona… y demás signos del ambiente enrarecido de la Colombia querida y odiada al mismo tiempo

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Raquel Godos
Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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