Sonidos


Bogotá, 8 de noviembre de 2010

(escrito en Popayán, 4 de octubre de 2010)

Siempre me gustó hacer todas esas cosas que todo el mundo hace en silencio, con la compañía de un pequeño bullicio. Siempre me gustó estudiar en el sofá, mientras mi madre veía las noticias o hacer los deberes en la cocina, mientras ella terminaba la cena. Con los años y la vida, la lectura de los libros impuestos por mi universidad y los que Iván tenía que leer a causa de la suya, se hacía más llevadera con los mil y un debates políticos y sociales que acababan por llevarnos de la mano a un amanecer madrileño sin nervios y sin sueño. Poco a poco diseñé para aquella biblioteca de dos -que era nuestro salón- un pequeño lugar de evasión que permitiese continuar con el estudio; las fotocopias se amontonaban en el suelo del cuarto de baño mientras yo, con el pelo recogido, a la luz de las velas y dentro del agua hirviendo, releía por encima los apuntes para el examen del día siguiente.

Nunca fui una gran estudiante, aunque muchos piensen lo contrario, ahora me doy cuenta de que sólo me movía la emoción y que, con el tiempo, esa emoción se ha ido volcando en cosas nuevas y más concretas, a la vez que otras muchas han ido quedando apartadas en un rincón, insípidas y banales. La lógica del camino.

Aunque para empezar a escribir estas letras he tenido que dejar que se hiciera el silencio (puede que la capacidad de concentración vaya disminuyendo), sigo teniendo la necesidad de sentir vida a mi alrededor. Aquí, en las cuatro paredes de esta habitación de hotel; aquí, en la inmensidad, la diversidad y la riqueza de este país, he tenido tiempo para darme cuenta de que he tenido mucho tiempo para dar cuenta de mí.

Ahora sé que quiero mucho más la tierra que piso, ahora sé que respeto mucho más a todos aquellos seres que la comparten conmigo; ahora sé, más que nunca, que me queda mucho que aprender y muchas personas de las que hacerlo; ahora veo la infinitud del sendero por recorrer, con todo el miedo y la valentía que eso conlleva. Ahora siento el humano vértigo.

Después de Colombia entenderé la vida de otra manera, entenderé su importancia y, por mi parte, intentaré que en la mía haya la mayor cantidad de sonidos posibles. Tan sólo se trata de querer compartirla. A ella y sus emociones… mientras mi madre termina la cena.


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Raquel Godos
Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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