Agur, ETA. Kaixo, Askatusuna


Entre Washington y Nueva York, 20 de octubre de 2011

En octubre de 2005 conocí a Sandra en los pasillos de la facultad. Era tímida, pero sonriente, seria, robusta -no en cuerpo, sino en alma-, se le veía a leguas, casi tanto como la belleza humana y la bondad que la caracterizan. Ella también venía de fuera, como yo, era de un pueblo cercano a San Sebastián, de Lasarte. Era vasca. Luego entendí que su forma de ser la definía como tal.

Unas semanas más tarde, Sandra había pasado a convertirse en una de esas personas por las que le doy gracias a la vida. De las que siempre están, de las que siempre ayudan, de las que nunca piden y saben alegrarse con tus alegrías. De esas de hasta el final.

Aquel primer día de facultad, la primera clase de periodismo de nuestra vida, nos la dio José María Calleja. Leonés de nacimiento, como yo. Vasco de corazón, como ella.

De la mano de los dos descubrí un mundo que me resultaba muy ajeno. Apenas había visitado el País Vasco y mis recuerdos sobre los atentados terroristas de los años 90 se reducían a algún juramento de mi tío al ver las noticias -él las sentía más que nadie porque la que hoy es su esposa es de Getxo-, a algún lamento de mi abuela y a algún titular de Ana Blanco. Por supuesto, recordaba muy nítida una comida en casa, en julio del 97, cuando el país entero asistía a la muerte agónica de Miguel Ángel Blanco. Pero poco más.

Manifestación por Miguel Ángel Blanco en las calles de Madrid


Algunos de mis compañeros de clase -tal vez alguno lea estas líneas y se dé por aludido, no me importa- renegaba de que Calleja diera clases de "Periodismo y Terrorismo" o relatara el cambio de paradigma informativo tras los atentados de las Torres Gemelas. Mientras tanto, yo disfrutaba de las clases, de la pasión que había en ellas, y por las tardes me sentaba junto a Sandra y un café a escuchar sus historias, sus sensaciones, la evolución del miedo en primera persona pese a ser alguien de a pie. Recuerdo que llegó un momento en el que me indigné. Me indigné conmigo misma por no haber entendido, sentido y sabido antes lo que ocurría en Euskadi, y empecé a leer, a leer mucho. A ver películas. A aceptar una invitación suya a su tierra, que luego se convertiría en tradición. 

Recorrimos San Sebastián, ella conocía lugares exactos donde se había enfrentado a los cordones de la Ertzaintza por el asesinato de Alfonso Morcillo, a pocos metros de su casa. Sabía perfectamente qué acera no pudo cruzar cierta mañana, reconocía, paseando, la zona ligeramente boscosa donde encontraron a Miguel Ángel Blanco con dos tiros en la cabeza. Me llevó allí. Un lugar jodida y macabramente bello. 

No creo si quiera que, pese a sus esfuerzos, yo pueda llegar a sentir lo que ellos sienten hoy. Pero , incluso ella, que siempre fue de las más escépticas y el tiempo le dio la razón con la tregua de 2006,  hoy cree que "esta vez sí".

Historia en tinta


Estas líneas solo son un homenaje a ellos, un agradecimiento. A ellos y a todos los que han sufrido, por tener miedo a votar y llevarse la papeleta desde casa, o por haber perdido a alguien o la vida. A todos los que no recuerdan a sus padres, a los que tuvieron que irse de su tierra para no acabar bajo ella, a los que se callaban en el bar para no meterse en líos, a los que les ha acompañado una escolta durante lustros, a los que han recibido verdaderas amenazas, a los que una vez las enviaron y hoy se arrepienten. Que los hay. A los que están encarcelados por sus crímenes, a los que no pueden ver a sus hijos porque están entre rejas, y lejos; a los que dibujaron las dianas. A Yoyes. A Pagaza. A Begoña. A Gregorio. A Pertur. A Madina. A todos y cada uno de nosotros que nunca supimos realmente lo que pasaba en el País Vasco. 

Un humilde homenaje al divorcio entre el odio y la diferencia. Mis humildes letras vayan hoy, cruzando el Atlántico, para celebrar el fin de este miedo, del que todos hemos sido víctimas.


Hoy sí, Gora Euskadi askatuta!

~ 1 Caminantes: ~

Manuela says:
at: 21 de octubre de 2011, 11:46 dijo...

Me has hecho llorar, guarra

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Raquel Godos
Escribo casi por necesidad aunque muchas veces nada de lo que escribo tiene sentido. Este Camino hacia Macondo es mi particular sendero hacia ninguna parte. Hacia mi lugar.
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